Ahí estaba, entre esa falda larga y suave; expedía un olor, un olor tan primitivo, hacía que todo mi cuerpo regresara a su lugar a una calma inexplicable, y a pesar de mi tamaño lograba hacerme sentir gigante, casi normal. Esa falda era de mi madre; enseguida puso sus manos sobre mi cabeza, aunque eso sí, solo ella era capaz de lograrlo. A veces me daba pena eso, pero no importaba, ella sabía muy bien como hacerme sentir en paz, en especial en momentos tan malos como ese día.
Había demasiada gente que llego un momento en que todo me sonaba como si tuviera un eco, como si el tiempo pasara demasiado lento, así como cuando rodé dentro de la llanta a causa de mi primo, pero solo jugábamos le dije a ella, pero mi madre no lo tomó así o como aquella vez que Juan me dijo que se iba, que era incapaz de seguir con alguien como yo.
Pusieron en la mesa unos bocadillos de atún, realmente asquerosos, pero había unos realmente deliciosos no sé que eran pero tenían un sabor tan dulce, los probé todos, aunque claro a madre eso no le pareció
No recuerdo con exactitud cuando fue la ultima ves que lloré, pero esa tarde sentí que me quedaba seca, brotaban y brotaban lagrimas eternas.
Todos dicen que era igualita a él; sí yo también soy muy supersticiosa. Todas muestras mañanas teníamos que bajar las escaleras comenzando con el pie derecho, no usábamos color café los lunes porque daban mala suerte, mi madre no tenia que gritarnos los miércoles, porque era mitad de semana y ese día era de comida especial.
Madre solía decirle con frecuencia «como fui capaz», pero no decía más, nunca decía cosas malas de papá enfrente de mi.
Ahora que lo pienso tendré que hacer cosas diferentes, porque está mañana baje la escalera como siempre, como lo hacía con él, pero resbale, así que tuve que hacer una nota mental, mañana bajare sentada.
Después de un rato madre se acercó me abrazo, fue difícil para mi, no me gustan mucho los abrazos, pero esa tarde comprendí que ella era quien necesitaba de eso, de mi olor, de mi, de estar en paz. Se encogió en mí y se acostó entre mis piernas. Volteo a verme y con su voz tan dulce dijo, «tú olor es como el de tú padre», y se quedó solamente ahí.