Siempre me gustaron las historias de princesas donde la magia existe y el amor nunca falta, pero nunca creí que en la vida real pudieran suceder, pero aquí va mi historia:
Erase una vez, una chica tan típica que no parecía normal, le gustaba la comida era amante de ella tan así que su sueño siempre fue ser chef y tener su propio restaurante y por supuesto tener por lo menos una estrella Michelin.
Siempre uso lentes, su miopía la obligaba a eso y a pesar de las mil operaciones, sus ojos nunca tuvieron remedio, pero esto nunca fue un obstáculo para ella, al contrario, siempre se mandaba hacer los lentes más alocados que el mercado pudiera tener o hacer, para destacarse entre los demás.
En la escuela siempre fue de las más inteligentes, traviesa, un poco noviera, pero le costaba fijarse un rumbo fijo, siempre andaba del tingo al tango en lo que se refería a su vida.
Era la niña de papá, nunca fumo, bebía muy ocasionalmente, nunca la llamaron a dirección, siempre fue el angelito de la casa, pero después de la universidad todo cambio (así pasa en las historias).
Su padre enfermo, falleció y tuvo que hacerse cargo de ella misma, pero su padre la había preparado muy bien para enfrentarse a la vida adulta. Se centro en ayudar a los demás, de hacerla de cupido con sus amistades, de levantar desde cero su pequeña fonda, todo lo tenía resuelto excepto el amor.
Y tendrán que disculparme, pero no hablo del amor de pareja, ella eso ya lo tenía y era muy feliz con él, pero se dio cuenta que quería algo más, necesitaba algo, algo que ni una boda, lujos o hijos podrían darle.
Ella buscaba ese amor, el dichoso amor propio, ese que muchos profesan pero que es muy difícil de hallar, pero estaba decidida a encontrarlo. Así que se dio a la fuga, dejo todo atrás y emprendió un viaje de un año, para regresar con lo que necesitaba.
Así que se fue a París, Italia, Holanda, Brasil, Japón, etc; comió las comidas típicas, visito mercados, subió montañas, vio museos, conoció mil formas de amar, millones de personas. Pero cuando venía de regreso, en el ultimo avión, cargada de conocimiento, de paz e ingredientes para su restaurante, se dio cuenta que ese era el amor que andaba buscando.
Eso que la hacia despertar cada mañana, ese amor que sentía en cada beso de buenos días que le daba a su esposo, la emoción de planear si tener hijos o no, la adopción de su primer perro, de ayudar a los demás, pero lo más importante el hacer lo que más amaba, cocinar.
Y así fue que descubrió que la magia que veía en las películas existe, que el amor está en todas partes y que el amor propio siempre estuvo ahí con ella y que nunca necesito buscarlo, solo era dejarlo aflorar y que el solo tomara su rumbo.
Ahora nuestra princesa de cuento, se volvió su propia reina, tenía su propio reino y como toda buena gobernante siempre dio a la tarea de ser mejor para ella y los demás, de poner el ejemplo y de acrecentar su amor propio y el que se debe dar a los demás sin más.
Y aunque aun no hay un final, se que me esperan días felices.
