Categorías
Relatos Cortos

BOOOM

– … biométricos de identidad. Presente sus datos biométricos de identidad. Presente sus…
– Soy el capitán de la nave de exploración que encontró la esfera.
– … biométricos de identidad. Presente sus datos biométricos de…
– Soy un capitán Starclass LVL12, Boris Ângelo.
– … biométricos de identidad. Presente…
– ¿Puedes leer mi mente? ¿Te parece que puedo presentar mis datos biométricos de identidad si no me los lees?

Boris escupió sobre el lente que, aunque agrietado, mostraba que había sido hecho para la batalla. Detrás se veía la fina circuitería victoriana.

– ¡Capitán Boris Ângelo! ¿Te quedó claro, artefacto de elfos? – vociferó, tras lo que la sacudió como si se tratase de una esfera de Yule.
– ¡Capitán! – dijo una voz tras él. Boris volvió sobre sus pasos, soltando el artefacto, que se cayó al suelo con un sordo estruendo.
– ¡No te atrevas a llamarme Capitán! – gritó. Por el rostro de su interlocutor, identificó a un guardia de los de poco fiar: gordo, de pelo rubio y de aspecto basto.
– Maldita sea, hermano… sigues con esa basura. Cómprate algo digno de tu rango. Yo soy la oveja negra, no tú. Los Ângelo deberían permitirse el lujo de algo mejor.
– Sabes que estoy atado a esta maldita cosa. Por una razón soy capitán y tú sólo el guardia de la noche.

Aquel día, como tantos otros, Boris desapareció caminado por el arenal, hablando con su «deshonroso» hermano. Nada especial, más que el aburrimiento y la monotonía llenaba sus noches, excepto cuando Ilia llamaba. En esta ocasión, Boris había tomado la alternativa. Algo ocurría…

En el día, Ilia pensaba en lo que dirían sus padres si supieran que había abandonado el funcionariado y se había hecho guardia. A medio camino, dudó entre volver atrás o no. Sin embargo, algo le decía que no. Algo le decía que tenía que seguir. Y siguió con las fiestas y el derroche, que casi nada significaba para la familia más poderosa de Tharsis.

En medio de la ligera tormenta que nublaba la vista por una bruma casi uniforme, en la que danzaban formas fastasmales y etéreas, tejidas por corrientes de enigmático origen, se alcanzaba a ver el brillo del holocron. Detrás, se movieron dos pálidas sombras.

– ¿Estás seguro de que éste es el lugar?
– Sí, ¿no lo ves?
– No, me refiero si estás seguro de que éste es el lugar correcto.
– ¿Qué quieres decir con el lugar correcto? Estoy seguro de que encontrarás en esas coordenadas, un meteorito de dimensiones considerables.

Las sombras comenzaron a serpentear a sus espaldas. Boris ya lo había notado.

– No estoy solo.
– Claro que no, tonto, yo estoy contigo – dijo Ilia, fingiendo interés.
– No estamos solos. Hablamos más tarde.

Boris se concentró en la lectura de la consola. Las sombras se acercaron más, llegando a su lado.

– ¿El holocron? – preguntó una de las sombras.
– No. Estoy leyendo el solo. Es una clave.

Las sombras no se movieron. Seguían cerca.

– ¿Quiénes son ustedes y a qué vienen aquí? – preguntó Boris, alzando la voz.
– Dannos el holocron y nos iremos inmediatamente. Por favor.
– Me hace gracia que me pidas que me deshaga de algo que succiona mi fuerza vital. ¿Sabrás como puedo hacerlo sin morir en el proceso?

Las sombras se acercaron más. Boris se puso en pie, y en su mente se formó una idea que lo hizo sonreír.

– No trates de huir. No te llevará lejos con lo débil que estás.
– Me hace gracia que digas eso. – Boris hizo una pausa para dar más énfasis a lo que iba a decir.- Me hace gracia que digas eso porque yo no lo soy.
– ¿Qué? – preguntó una de las sombras.

Pronto ambas alcanzaron la fuente de luz entre las brumas de Tharsis. Sobre la arena había un repetidor de señal, del que emergía la imagen y voz del Capitán Boris Ângelo.

– ¡Los asesinos de Hastur pueden besar mi redondo trasero! – gritó Boris.

El capitán se encontraba lejos, a salvo de la implosión. La granada se tragó a los pobres bastardos… y a la nave que habían usado para llegar hasta aquel planeta.

– ¡Y ahora… ¡Hasta la vista! – El capitán soltó una carcajada y apretó un botón rojo.

Mientras tanto, fuera de la zona de atracción, Ilia apretó un botón rojo también. Una bomba de implosión se precipitó el suelo tharsiano desde un globo estratosférico.

– ¡Adiós, hijos de puta!

Boris sonreía.

Por El abuelo Kraken

Graphic designer. Producer. Content creator. Storyteller. Narrator. Editor. Podcaster. Webmaster.
⚜️

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *