Estoy terminado de desempacar y ya escuche a mamá gritar de todo a toda la familia, gritos que a la fecha se han vuelto una tradición más de estas fechas navideñas; son tan fuertes y claros sus gritos, que si viviera a unas cinco cuadras de aquí aun las entendería al cien por ciento, y definitivamente lograría su cometido: me pondría a hacer las tareas de la casa sin queja alguna. Pero aparte de los gritos de mi mamá, ya alcancé a escuchar esas risas suaves que da papá, esas risitas que logran que mi madre pierda la paciencia y que alborotan a toda la familia llevándolas a carcajadas sin fin.
Los tiempos y la vida han cambiado mucho; no hace mucho, todos éramos unos pequeños, esos niños que brincabamos por la cocina y por toda la casa, sin preocupaciones de la vida, excepto preocupados por ser felices, disfrutar y jugar, pero ahora somos adultos, y la mayoría hemos logrado hacer de nuestras vidas lo mejor que hemos deseado, pero aquí estamos un año más en casa de nuestros padres, corriendo por toda la casa como en los viejos tiempos, con algunas preocupaciones pero dispuestos a olvidarlos por un pequeño momento.
Mi hermano mayor, sigue pensando que lo mejor de la vida es el trabajo y seguir viviendo bajo el techo de nuestros padres, sin esas preocupaciones de pagar una renta o hipoteca, donde tener comida caliente a toda hora no es un lujo y los consejos de la vida los tiene a milímetros de su cara. Y aunque muchas veces recibimos llamadas de ellos tres quejándose de ellos mismos, mi hermano sigue siendo fiel a su decisión: permanecer en casa. Pero aun así mi hermano mayor es el mejor, es trabajador, muy inteligente, independiente y definitivamente el más maduro de todos nosotros. Viaja tanto por su trabajo actual, que por eso piensa que tener una casa para él solo sería un desperdicio de dinero. Nosotros estamos felices por esa decisión porque sabemos que nuestros padres están bien cuidados y atendidos. Y ese dinero no gastado, lo invierte muy bien: nuestros regalos de Navidad.
La que sigue es mi hermana. Una mujer que no ha parado, siempre con la cosquillita de conocer el mundo entero, y lo ha logrado, conoce ya casi todo el mundo y ahora con su esposo se le ha hecho más fácil llevar a cabo esto. Desde que recuerdo siempre buscaba la manera de fugarse de casa y solo esperábamos esas llamadas donde nos avisaba en que lugar de la ciudad, del estado, país o del mundo estaba. Es tan independiente, que realmente nunca necesito de alguien y es por eso que pensamos que su esposo es un gran regalo navideño: Una Navidad, le escribió una carta a Santa pidiéndole un compañero que la acompañara en sus aventuras, y años después un diciembre conoció a su esposo, el cual se dedica a promocionar y grabar las tradiciones y costumbres del mundo; es como sí alguien se lo hubiese mandado a hacer, el regalo perfecto.
No puedo pasar a mis hermanos favoritos, son los peques de la familia, los gemelos fantásticos. Viven desde hace un año en un departamento no lejos de casa de nuestros padres. Han cambiado tanto de parejas que ya no sabemos a quienes traerán para las cenas navideñas. Fieles a ellos mismos, únicos, locos, pero son los más amorosos de la familia. Tan iguales en muchas cosas pero tan diferentes en otras, Pienso que son el equilibrio perfecto: Amor e imperfección, gritos y silencio, blanco y negro. Ellos nacieron unos días de Navidad, que casualidad, y es por eso que son tan mágicos. Traen a mamá siempre con el Jesús en la boca. Son nuestro regalo perfecto navideño.
Yo soy la penúltima del grupo, la más loca de la casa, la que tiene una mezcla de todos, a veces soy amorosa, a veces viajo mucho, a veces soy generosa, soy gritona, me rio como papá, pero también las carcajadas no puedo evitarlas, soñadora a no poder y aventurera sin más. Estoy casada desde hace tres años, sin hijos, pero pensando en estos momentos en acrecentar la familia. Siempre he sido la más inquieta de todos, soy la que les ha sacado mil sustos a la familia; me he roto el brazo, me he abierto la cabeza, me he fracturado el pie no sé cuantas veces, soy la que se sube a juegos extremos, la que planea aventarse de un paracaídas, la que no sabe cuantos golpes ha recibido su cuerpo, la que ha tenido las enfermedades más raras inexistentes del mundo, la que hacía que nuestros padres casi no durmieran, porque no sabían en qué momento sonaría el teléfono y tendrían que salir corriendo al hospital. Me gusta experimentar de todo y quiero hacerlo todo. Mi familia se pregunta cómo mi marido ha logrado mantenerme quieta y sana. Creen que también es un milagro navideño.
Mis padres, dos personas tan diferentes, pero tan iguales en muchas cosas, que es difícil describirlos. Llevan cuarenta y tres años de casados, nunca he descifrado cómo es que lo han logrado. Mi padre es el hombre más bueno y más consentidor del mundo, da todo sin esperar nada a cambio, es tan bondadoso que la gente se aprovecha de eso; es un multitareas, sabe de todo y da los mejores abrazos del mundo, esos que te reparan de todo. Es un hombre jubilado, pero nunca para, siempre encuentra algo que hacer o reparar, y siempre está al pendiente de todos nosotros. A pesar de su edad sigue siendo un niño, siempre soñando, siempre deseando. Es tan sentimental que llora hasta en las películas de terror. Ama dar regalos y además es su especialidad, y cocina como ningún hombre, y en Navidad hace un bacalao que hasta la fecha nadie ha logrado superarlo.
Mi madre, mujer cautivadora, hermosa y elegante, la mezcla perfecta, sabe mantener todo en un equilibrio que a veces asusta, pero también sabe como perder la paciencia en un dos por tres. Es la que logra que todo marche como debe, y es la que mantiene a mi padre cuerdo y logra que la gente no abuse de su generosidad. Siempre está atenta a todo, aunque diga siempre que nunca oyó o sabe algo. Tiene un don para saber cuando consolar y cuando regañar. Su toque materno es tan especial, que nadie nunca duda en hacerle esa llamada para que cure el alma con sus palabras o besos. Es la mejor cocinera del mundo, sus caldos son tan espectaculares, que aunque intentemos recrearlos a su manera, nunca hemos encontrado ese toque especial que le da ella, tal vez es solo amor. Su festividad favorita es Navidad, ya que ahí nos tiene a todos. Sus gritos se han vuelto mitos y leyendas. Pero de verdad sus besos son mágicos.
No hemos sido la familia perfecta, y espero nunca serlo, somos la familia más imperfecta que alguien podría conocer. Peleamos a cada rato, casi nunca estamos de acuerdo en nada, nos metemos en problemas tan fácilmente, nos alejamos a la primera de cambio, muchas veces somos muy débiles y muchas veces nos dejamos que nos hagan daño personas ajenas a nosotros, confiamos tanto en la gente que es nuestro mayor defecto como familia, somos personas muy emocionales y eso es un gran defecto que también nos caracteriza, así como podemos estar muy felices, en segundos explotamos como volcanes.
Pero a pesar de eso, también somos conocidos como una gran familia; unida cuando se requiere, amorosos cuando la ocasión lo requiere, damos todo sin dudar ni pestañear, somos una familia de recursos nunca nos quedamos sentados de brazos, siempre tenemos esa carta debajo de la manga, tenemos siempre buenas ideas, apoyamos a la gente a pesar de que ellos abusen de uno; el que seamos emocionales nos hace ser valientes, fuertes y caritativos. Siempre pensamos en los demás, sabemos perdonar fácilmente y cuando se requiere sacamos hasta las garras para pelear por lo que merecemos. Siempre estamos pendientes de todos nosotros y jamás permitimos que nadie lastime nuestra alma.
Así es como llegamos a está época del año, la favorita de la familia: la Navidad. Esta festividad que siempre ha tenido la mayor importancia del mundo, ni un cumpleaños, ni una boda o nacimiento de alguien o lo que sea, tiene está relevancia en la vida de mi familia. Ahora más que nunca ha tomado una importancia tal, que se volvió ya en una tradición, una tradición que nadie ni nada puede romper. Son tres días de celebración en la que en su momento nuestros padres nos hicieron jurar que nunca faltariamos o fallariamos, y que sin importar quien este o con quien estuviésemos, estar en casa para Navidad se volvería intocable.
Son estos días cuando mi familia es ella misma, donde nuestros padres vuelven a tomar ese rol de padres que tienen que ver, cuidar, consentir y dar a sus hijos pequeños todo lo que quieran, aunque la realidad ya sea otra y ese rol ahora es un poco diferente (ahora nosotros velamos por ellos). Es ese momento del año donde se permite vaciar la cabeza y el alma, sacar por unos días todas esas preocupaciones que se van juntando durante el año. Donde ellos logran tenernos nuevamente a todos juntos, donde las diferencias de cada uno o los rencores adquiridos por el tiempo se olvidan y dan cabida solo a esas carcajadas de esos recuerdos de la infancia, recuerdos que llevamos marcados en el corazón como un buen tatuaje. Son esos instantes que marcarán nuestros nuevos pasos. Son estos días donde haremos nuevos recuerdos, y que podremos recrearlos cada vez que necesitemos limpiar nuestras mentes.
Mamá no ha dejado de gritar, y yo sigo desempacando. Está vez fue más difícil venir y por eso fuimos los últimos en llegar, pero una promesa es una promesa. Todos están ayudando en los preparativos de la cena de Navidad, ya todos sabemos cual es nuestro rol, pero nos gusta molestar a mamá cambiando este orden. Ya escuche nuevamente a mi madre gritarle a los gemelos, nunca paran; a mi hermana ya le grito no se cuantas veces – Así no se agarra el pelador, ponle limón al agua, tú marido que se haga las bebidas- Papá está intentando poner música navideña en el nuevo aparato que mi hermano le trajo de su último viaje de trabajo, un aparato japonés que funciona con la voz o algo así. Todo está tomando forma. Ya huele tan rico toda la casa que no puedo esperar a sentarme en la gran mesa cuadrada y comer de todo. Espero que no olvide mamá que amo su ensalada de manzana, y estoy pensando en agarrar el plato más grande para servirme más que todos mis hermanos y así hacerlos renegar.
Por fin papá ha logrado poner la música, y escucho de fondo el villancico favorito de él: Noche de paz. Me he sentado un segundo en la orilla de la cama, mi esposo ya se encuentra abajo, pero yo siempre necesito de estos segundos, estos segundos que más disfruto: respiro profundo, sonrío, quito de mi cabeza el estrés del trabajo, las presiones, preocupaciones de la familia y me preparo para llenar mi cabeza, el alma y el corazón de esta magia que logra dar la familia y la Navidad.
Las imágenes comienzan a correr por mi mente, todos gritando, bailando, cantando, corriendo, riéndonos. Una Navidad más, que es muy parecida a la de años pasados, pero que es tan única que no importa la semejanza de siempre. Ya deseo estar sentada con toda la familia, ver cómo todos estamos deseando que sea de mañana para poder abrir los regalos, esos regalos que ahora disfrutamos más, y que tienen más sentido que nunca. Ver la cara de felicidad de nuestros padres. Todos en pijamas, quejándonos de lo mucho que cenamos, peleando como niños de quien tiene el regalo más grande, o quien abrirá primero sus regalos.
Pensar que en muy poco tiempo estaremos todos sentados debajo del árbol de Navidad, haciendo mil fotos y videos, y riéndonos como si la vida no pesara, como si ese momento se congelara y todo fuera perfecto.
Pero ahora más que nunca, cuando el tiempo ha pasado más rápido que cuando era una niña, me he preguntado mil veces: que pasará el día en que uno de nosotros faltara a esta festividad, cuando uno fallezca, como sería estos días, que cambiaría…
Mi mamá lo ha hecho de nuevo, parece que leyera lo que pienso. Nos acaba de sentar a todos en la mesa, y ha comenzado un sermón que hizo se me erizara la piel. Nos ha hecho jurar, que en el momento en que uno le toque morir, esta fecha, esta cena se seguirá celebrando como siempre. Dolerá no tener al lado a esa persona amada, y no escuchar sus risas, pero la vida sigue y el tiempo no se detiene, y en vez de lamentarse, uno debe aprender a desprenderse y disfrutar que uno sigue vivo. Aprenderemos con el tiempo, así como ellos lo han hecho. Es una tradición y así seguirá hasta el fin de los tiempos, y esto último nos lo dijo gritando, como si sus gritos se marcaran en la piel y nos obligará a nunca olvidar esto. Será en su momento nuestra obligación mantener viva esta tradición y pasarla a nuestras siguientes generaciones.
Esto es mi Navidad, mi época favorita, donde logramos que lo imperfecto sea lo más maravilloso del mundo, y que por unos días los viejos y nuevos recuerdos se vuelvan lo mejores regalos del mundo y que el tiempo sea lo más preciado que pudiésemos tener. Es una cena que forma parte de nosotros, que nos hace creer en el poder de la familia y que nos hace creer que la magia de la Navidad es esto, tiempo de calidad entre familia.
Esto es Navidad, mi familia, el corazón, la magia y el amor…
Una respuesta a «¿Esto es Navidad?»
Muy bonito senti la nostalgia de tus letras.