— Voy, no tardo nada, lo prometo — es la tercera vez que grito desde la recamara a Carlos.
— ¿Qué tanto observas? Tendré que volver a calentar la cena. Está vez cocine tú platillo favorito. Prometo que después de la cena, puedes venir a sentarte y prometo acompañarte, esta noche no tengo trabajo, solo te escuchare, e intentare permanecer en silencio — comento Carlos a su esposa.
— Te agradezco. Nuestro vecino canino, te ha echado de cabeza, olfateo antes que yo la cena de hoy, además el olor es inevitable. Hoy puedo adivinar que usaste mis hierbas favoritas y dudo que logres mantenerte en silencio, pero sé qué haces tu mayor esfuerzo, pero tu compañía es el mejor complemento para estas noches — balbuceé a Carlos.
“Carlos es quien cocina normalmente cada noche, aunque yo casi nunca ceno, mi habito alimenticio es muy malo, es algo con lo que estoy luchando. Él ha sido muy comprensible, tuve suerte de casarme con alguien como él. Mi rutina últimamente es venir y sentarme al balcón, me gusta ver las luces de la ciudad y la oscuridad de está misma. Siento que me reflejo en ella, mi alma enferma es tan similar a ella, se enciende de noche y me apago de día. Pero me ayuda a reflexionar, a sanar y a entenderme.
Suelo contar historias a partir de lo que veo desde aquí, imagino momentos e historias que en estos momentos mis vecinos podrían estar viviendo, pero disfruto más el imaginar las vivencias de esas personas que son ajenas a mí, esa gente que vive en estos gigantes llamados rascacielos.
Carlos tomo la decisión hace un año de trabajar desde casa, un tema difícil de tratar, pero lo está llevando cada día mejor, aunque muchas veces no se lo ponga tan fácil. He ido mejorando con el tiempo, pero los primeros meses fueron de miedo. Nunca supe que lo detono, solo un día desperté y dejé de ser yo.
Los jefes de Carlos a diferencia de los míos han sido muy complacientes y empáticos, han permitido que mi esposo, haga casi todo desde casa, aunque algunas noches las sacrifica para lograr terminar pendientes urgentes o ir por unas horas a la oficina. Carlos es arquitecto, el diseña gran parte de lo que se construirá. Mis jefes no entendieron mi problema, ni que tuviera que estarme ausentando tanto de la oficina, según ellos lo intentaron todo, pero no podían más con mi caso, y que lo mejor según ellos, era irme a casa con mi cheque de agradecimiento por mis casi quince años con ellos y sanar.
Yo era la encargada del área editorial de la revista principal de la ciudad donde actualmente radicamos. Esto contribuyo en que empeorara, no pude tomarlo de la mejor manera. Pero ahora que estoy libre, ya no he tenido recaídas tan pesadas, poco a poco le he ido tomando cariño y sabor de nuevo a la comida. Y estos momentos en los que soy solamente yo con la ciudad, se han convertido en mi mejor tratamiento. Ni las tantas consultas con diversos doctores han logrado está mejoría, y por supuesto el cariño y tiempo que me profesa mi vida, mi amor, Carlos.
Ahora con todo este tiempo libre, me he dedicado a contar historias sobre la ciudad, en especial de las que creo que pasan de noche, algunas son tristes, otras muy locas, unas angustiantes, otras de terror, otras felices, aunque aún nadie las lee o escucha, excepto Carlos, espero algún día tener el valor de escribirlas y publicarlas como se debe. Pero por mientras son mis mejores píldoras para curar esta alma perdida”.
— La cena estuvo deliciosa. Hoy deje menos que ayer. Gracias por tú amor — Me acerque y lo abrace con todas mis fuerzas.
—Listo para la historia. Y gracias a ti por dejar que te cuidé y por amarme — Me lo dijo al oido tan suave, que lo sentí como una caricia que siempre se estaciona en mis pulmones y corazón.
“Comencé a darle indicaciones: —Ve ese edificio, el que está a tú derecha, el que está ubicado en la calle que pasa después del parque; si observas bien sus balcones aún tienen luces de navidad y unos cuantos aún mantienen sus árboles. Siente el frescor y cierra por unos segundos tus ojos, respira lentamente, y siente como este bamboleo de la noche entra lentamente en ti. Nos centraremos en ese departamento, el que tiene luces rojas colgando desde su balcón, su interior también tiene una luz roja muy tenue.
Y la historia comienza así:
Somos nada, somos diminutos en esta ciudad de gigantes. Somos humo y formamos parte de ella y ella de nosotros. Los latidos de los corazones laten como uno, con el ritmo de los motores que a lo lejos se escuchan y estremecen. La vida nocturna se adentra en cada uno y se entrelaza entre las venas dando paso a sus calles, avenidas y carreteras. Las noches con su oscuridad, arropa e invita con su silencio a que seas parte de ella y su quietud. Asómate, presta atención a todas esas historias que esconde bajo su sombra, son hipnotizantes. Observa, ella te llama con su vaivén de luces que prenden y apagan. Conviértete en sus ojos, y adéntrate en su mundo desconocido, y se testigo de está.
La noche es como una vieja hechicera, te embruja sin permiso, te acaricia y te enloquece, te lleva en su marea negra y no hay forma de escaparse. Que historias hay detrás de esas luces, luces que parpadean como ojos, que, si se quedan fijas, estas te invitan a entrar como un vil asaltador llevándote a ser partícipe de esas vidas que es probable que jamás te imaginarias, historias de vidas tan locas que ni en alucinaciones tendrías, tan probables que alguna de esas historias se asemeje a tu vida real.
Luces de ciudad, luces de oscuridad, no tendremos estrellas, pero fuegos artificiales a diario si, e historias sin fin por contar y encontrar…
Ese espacio en rojo, una mujer, un hombre, no pasan de los treinta años de edad, están en su plena juventud, y la ciudad lo sabe. El bamboleo de las luces de su balcón anuncia que están en pleno romance, esos amores que envuelve la ciudad con delicadeza, esperando un mañana glorioso o un probable fracaso. Pero esta noche ella es de él y él es de la oscuridad. Sueños de madrugada, pieles al calor de la hoguera, pidiendo a gritos que se consuman y se fundan con las luces de su balcón y corran y brinquen.
Tienen poco de conocerse, la coincidencia los llevo a encontrarse en la cafetería favorita de ella. Se toparon al salir del baño; ella lo piso descuidadamente, y él quedo fascinado, no solo por su boca de luna ni por sus jugosos senos, si no por esa mirada, tan fugaz, que se le asemejo a esos faroles de los grandes autos que circulan por la gran ciudad, difíciles de encontrar, pero cegadores al instante. Ella solo deseo que la envolviera con su manto celestial.
Ella Saraí, vestía tan normal, los típicos jeans ajustados, una blusa blanca escotada, su melena suelta rosándole sus enormes senos, tiene estrellas en la cara algo que la hace lucir más jovial de lo que en realidad es. En ese preciso momento, salía de llorar del baño, su relación acababa de terminar, y esto que vio con sus ojos fugaces, lo tomo como una señal, como esas que aparecen cuando los caminos se cierran: izquierda o derecha, camino fácil o riesgoso.
Sin titubear tomo el camino riesgoso, su piel en ese instante se lo exigía, hace cuanto que alguien no la veía con esa profundidad como lo hizo él, y en segundos logro hacerla explotar como esas estrellas que llegan a su final en el universo. Valia la pena. Su exnovio fue el controlador de su vida y sueños, casi acabo con sus alas, y este chico, este hombre vino a recoger las pocas plumas que aun ella sentía que podía alguien rescatar.
El juego del inicio, como el día y la noche, un complemento perfecto, el equilibrio anhelado. Tú me salvas, yo te abrazo,
Comenzaron esa noche a fundirse entre esas nubes de algodón, suaves y eróticas, como las sábanas que puso Saraí en su habitación. Ya no eran esas sabanas baratas que al verdugo de su ex le gustaban, estas eran especiales. Cocino la cena: salmón al horno, aunque es probable que no prueben bocado alguno.
Pero eso, a ella no importo, podría cargar esa cena a la mañana siguiente, sentarse en la mesa del comedor de su oficina y platicar a detalle de su encuentro no tan fugaz con el hombre soñado, algo que en su momento había comentado de su expareja.
El, Santiago, un macho hecho y derecho, sabe escoger muy bien a sus víctimas, finge ser el caballero de la armadura dorada. Cuando salió del baño y tropezó con Saraí, fingió recoger un par de plumas que antes había aplastado con sus pies, las recogió para fingir su amor eterno por ella, pero dentro de él, la oscuridad reina, y unas tijeras más afiladas que las anteriores, está comenzando a afilar para rematar sin piedad a Saraí.
Estaba en esa cafetería por mera coincidencia, lo estaba dejando una posible víctima, pero al parecer ella no logro caer en sus garras, logro mantener sus alas intactas y mantener su sueño ligero.
Sus encuentros siempre han sido de noche, así puede esconder bajo la sombra de la ciudad su verdadero rostro. Y está noche bajo esas luces rojas, que tanto desprecia, prepara su ataque sin piedad.
Odia el salmón, así como su actual trabajo, economista tenía que ser. Es un depredador nocturno, ama la ciudad y el silencio de está. Su voz es hipnotizante, Saraí, ha caído tan rápido, así como sus bragas en estos momentos. Él está a punto de devorarla, y la noche será su testigo.
Esta noche esta nublado, así que ni la luna podrá revelar su verdadero rostro. La arrastra a la habitación con notas tan dulces, tan falsas que las plantas de la habitación se han marchitado al instante. Ella aclama porque le apague eso que tanto la consume por dentro, y está completamente segura de entregarse como nunca más lo había hecho. Intento ver el cielo en sus ojos, pero solo vio oscuridad, esa que abraza sin temor y que paraliza el momento.
Han cerrado las cortinas, solo las luces de la ciudad de la noche serán testigos de cómo poco a poco Santiago, podará los sueños de Saraí, y se volverá dueño de sus alas y alma. Y ella esta noche confiará todo en la oscuridad y ahí se quedará sumergida, en la negrura de esos ojos que invitan a la maldad. Su mañana será tan oscura, que la poca luz que entre en ella la cegará por completo.
Historias que hay y que vienen, así como la noche y la mañana, te arropa y te consume hasta los huesos. Ciudad de noche. Luces, silencio y nuestras historias.
Somos nada, tan diminutos, somos humo, somos historias, somos parte de la noche…
— Buenas noches, mi amor, gracias por esta noche, la cena y por escuchar mis historias con tanta devoción. Soy tuya. Te amo — .
