—Hubo un tiempo en que pensé que tú y yo nos haríamos viejos juntos, Andrea. Ahora sé que no quiero estar cerca de ti por más tiempo. Ya no quiero verte sufrir.
—Pero yo no sufro, Noé. Más bien, estoy acostumbrada a que me sufran.
Andrea se puso en pie y se acercó a su pareja.
—No puedo dejarte marchar así.
Andrea le dirigió una mirada que comenzaba a tornarse cristalina. Batallaba en sus adentros para no mostrarse débil, no más que aquella noche en que lo encontró culeando con Alberto. Se esforzaba por darle seguridad a una relación que ya no existía.
—Lo siento tanto. Ya me voy. Cuídate mucho.
Noé se irguió, seguido ipso facto por Andrea por todo el pasillo, mientras queda, le jalaba tímidamente de la manga.
—No me dejes, por favor. Te necesito. Podemos adaptarnos. Te quiero, Noé. Tú también me quieres, lo sé.
—Andrea, no puedo.
—Entonces déjame ir contigo, por favor. Déjame seguirte a donde vayas. Seré una sombra, apenas me notarás.
Una lágrima siguió a otra, mientras su cuerpo buscaba con ansía y miedo a su pareja. Tambaleante, se quebró al chocar con el piso. El Noé que conoció, del que se enamoró, ya no estaba ahí. Nunca lo estuvo. Lo que quedaba del hombre que amó, abrió la puerta y desapareció en la oscuridad de la noche.

Photo by Kat Smith from Pexels