Categorías
Diario de una Ansiolitica

Diario de una Ansiolitica ¿Qué perdiste que…?

Hace un mes nos enteramos que por fin después de dos años íbamos a Guadalajara, y con estos días tan locos, ya saben la pandemia, pues mis emociones estaban encontradas; estaba muy feliz de poder regresar por unos días a casa de mis padres, comer comida real mexicana y hacer cosas que no puedo hacer aquí en los Estados Unidos, pero por otro lado mi temor de viajar en avión, estar en aeropuertos repletos de gente, me aterraba al cien, aunque las ganas de ir eran más que mis preocupaciones, así que, preparamos maletas y listos para partir.

Ya sabrán ese día del viaje, apurando a todo mundo, y olvidando todo, en especial mis modales y la paciencia (que raro de mi). Empaque de todo, uno nunca sabe que pueda uno necesitar, llevaba hasta la licuadora, pero eso sí, no olvide mis libros y mi computadora para poder seguir haciendo mis apuntes para el nuevo proyecto.

Como siempre mi esposo preocupado porque siempre me paso de peso y ya saben el costo por una maleta con sobrepeso es de locos, pero he aprendido con el tiempo y como me conozco tan bien pues tenía todo bajo control, ni nada de más ni nada de menos, así como yo, todo en su perfecta armonía (ni yo me creí eso).

Llegado el día del vuelo llegamos tranquilamente al aeropuerto, con casi 4 horas de anticipación, ya conocen a mi cabecita, siempre pensando que puede haber un accidente en el camino y nos retrase, que se ponche la llanta del automóvil, que nos detenga un oficial de vialidad, que se yo, la verdad es que uno nunca sabe que pueda encontrarse en el camino y sumandole que en taquilla tardaremos algo porque siempre tengo algo que preguntar.

La primera parte del vuelo lo pasamos muy bien, la documentación perfecta, nada de sobrepesos, todas mis respuestas contestadas y el paso a sala de espera todo estuvo genial, aunque debo admitir que me choca esa parte, esa donde casi encueran a uno para saber si no traemos algo malo; aunque pienso que deberian de poner a oficiales guapos para que la experiencia sea más grata, pero en fin.

Nuestro vuelo tenía escala, odio realmente eso, es una de las cosas más espantosas que pueden hacer las aerolíneas; de verdad no piensan en sus clientes; eso de hacer esperar a la gente es como entrar a una sala de un psiquiátrico, llena de locos, paranoicos, ansiosos, todos visualizandose, criticandose, durmiendo, odiandose, nerviosos y todos con las ansias de poder volar y llegar a sus lugares de destino, y luego si le sumamos que muchas veces te cambian de horario el vuelo o de sala, pues todos terminamos convirtiéndonos en animales salvajes para ver quién llega primero a la presa.

Así que cuando me toca esté tipo de vuelos suelo ser muy calmada, porque si de por sí, mi paranoia con el tiempo, el estrés de estar en lugares muy concurridos y mi cabeza ansiolítica, imaginense le meto más presión, pues haría que las aerolíneas me vetaran de por vida o me subirian al avión con una camisa de fuerza. Pero al revés de mi, mi esposo es el que pierde más rápido la paciencia, además mi remedio siempre es tomarme unos vinitos antes y durante el vuelo, eso nunca falla, pero a mi esposo no le agrada hacer eso, piensa que se marea más.

Eso de tomar un poco de alcohol me mantiene cuerda y hace que no pierda los estribos como suele pasarme, pero está vez, hubo muchos cambios, primero nos dijeron que teníamos que llevar cubrebocas durante todo el tiempo en el vuelo, no duré ni cinco minutos y casi terminamos ahorcandonos la sobrecargo y yo, ya que a cada rato me recordaba que debía llevarlo puesto, pero que no piensan que estando allá arriba, en el despegue, con las bolsas de aire y el aterrizaje, uno necesita respirar bien y no el olor de cruda de la mañana de cada uno; bueno segundo punto malo,  por cuestión de la pandemia no dieron bocadillos y mucho menos alcohol.

Ya se imaginaran el drama que hice, de milagro no paramos de emergencia en otro aeropuerto, es que es increíble que no den comida y mucho menos alcohol, o sea no me conocen como me pongo o que. Al final terminé tomándome una coca, unas aspirinas y unas galletas que a mi parecer me quedan mejor a mi y eso que no soy repostera. Así que cuando aterrizamos mi humor ya estaba por arriba del límite. Y pues había olvidado que estábamos haciendo escala y había que esperar nuevamente y pasar otra vez por los detectores.

Ya andaba de muy mal humor, la gente en la fila era lentisima a mi gusto, moría de hambre, del baño y termine gritandole a mi hija para que fuera más rápida, a mi esposo ni se diga, le gritaba al mil, hasta le pedí que se quitara hasta los calzones para agilizar más rápido la checada, hasta le grité al oficial que nos atendió; la verdad es que tuve suerte de que no me arrestaran. Pero en fin, pasamos los detectores perfectamente y cómo moría de hambre y de ganas de hacer del baño, fue lo primero que hicimos al llegar a la sala de espera.

Todo iba perfectamente, digo omitiendo el ridículo que hice en revisión, pero mi esposo me tenía algo guardado, así que después de desayunar, pasados ya una hora y casi a punto de abordar, confesó que había perdido el anillo de matrimonio, que no recordaba muy bien donde lo había dejado y que no quería decirme para no hacerme enfadar más; creo que en ese momento al ver mi mirada, mi esposo conoció el verdadero terror, no sabía ni donde meterse, creo que mi cara lo decía todo, pero, en estas circunstancias intento ser muy linda y comprensiva, y aunque por dentro estaba que me moría del coraje y quería ahorcarlo, mantuve mi compostura.

Le dije con todo el cariño del mundo que no pasaba nada, que pensara  donde pudo haberlo dejado, que si nos dividiamos y buscábamos, sería más rápido, ya que el vuelo casi salía. Buscamos por todos lados y no aparecía el dichoso anillo, mi estrés al tope ya que el tiempo apremiaba, pero una parte de mi comenzaba a ilusionarse porque estaría estrenado anillo, pero entonces mi esposo recordó que lo dejó en la bandeja donde nos revisaban en la entrada, que como lo andaba apresurando agarro todo y no se fijó.

Yo ya lo daba por perdido, alguien lo debió ver y se lo llevó, pero al final regreso mi esposo con una sonrisa de oreja a oreja, ya que el anillo estaba en resguardo con un oficial, al final no perdimos el vuelo y todos felices, aunque debo confesar que a pesar que sentí alivio, me hubiese gustado que no lo encontrara, ya me había visto con un anillo de diamantes en mi dedo.

Al final el viaje salió perfectamente, es verdad no hubo comida, ni alcohol, mi humor como siempre, explotando, pero sustos y rarezas como siempre si las hubo, pero la verdad es que siempre he llegado a la conclusión que el día que no nos pase algo extraño, ese día algo muy malo realmente nos pasara. Así pues, no estrenaré anillo, pero ya veré en qué forma me cobro está…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *