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Relatos Cortos

Raíz

No seré tan ruda como mis madres, ni como las hijas de mis abuelas. Pero, he encontrado mi propia voz.
Amarro mi cabello tan fuerte como puedo, me aferro a mis viejas botas. Y, comienzo este caminar.
No soy mi padre, ni benévolo, ni dulce. Los tambores resuenan en mi cabeza. Los cánticos acechan. Llevo el cinturón de mi abuelo tan apretado que, creo, el aire se escapa de mis pulmones a cada bocanada que doy al gritar.
Solo soy yo, con mi voz grave, intentando ser algo que no soy.
Me he pintado la cara, me preparo para mi propia guerra. Me he mirado al espejo y los veo a todos. Pero ¿dónde estoy yo?
No logro descubrirme, la neblina cubrió mis ojos. No obstante, la batalla ha comenzado. Nunca seré como ellos. No soy apache, ni guerrera, mucho menos vikinga. Soy una mujer débil, con una voz fuerte.
Soy hija de ellos, de todos. Me he calzado mis botas, y ha comenzado por fin mi destino.
El miedo se entierra en mi alma como alfileres. He caído tantas veces que estoy lista para morir.
Mis pantalones puestos están, así como los llevaría el mejor de los hombres. Sin embargo, yo carezco de huevos. Y afloran las lágrimas. Mi fortaleza radica en los mil llantos de mis pueblos, así como en la leche que desprendo de mis pezones.
Descendiente de nadie, retoño del olvido. He abierto mi corazón, el fuego me atraviesa, pero no temo, no me paralizo. Para esto estoy hecha.
Me han hilado para que los sentimientos se volatilicen.
He olvidado mi nombre, ni siquiera sé de donde provengo.
Escucho el llamado. Los suplicios de todos llegan como ráfagas y estos pechos pesan cada vez más. Amamantarlos debiera, pero perdida estoy.
Cómo ahogar la frustración cuando la oscuridad acecha.
Yo soy la negrura. Madre de todos.
Mi voz resuena entre las sombras.
Todo es tan caótico y hermoso. Canto, y balbuceo, mil dialectos por callar, mil lenguas por decir.
El reflejo sigue, la tormenta espera.
La dulce voz de mis padres se acerca. La carga desaparece. Y comienzo a desvanecerme.
No soy como mi madre, mucho menos como una diosa.
Levanto mis enaguas para no mojarme. Mi voz aguarda, tierna y paciente.
No soy hija, ni madre, soy el todo. Soy el miedo y provengo del león hambriento. Carnada dulce y áspera.
Todo aflora, todo se pierde. Mi voz resuena. Soy hija de nadie, del arte, amor y guerra.
Lista estoy. Destrúyanme con pasión.
Pero, recuerden algo: soy hija de sangre, retoño de mi madre. Descendencia de la noche y de las estrellas. Soy hija, como madre seré…

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