Categorías
Relatos Cortos

Al filo de la tormenta

No sé si la balsa ha cedido, solo sé, que debo aferrarme a tu recuerdo, como ese fiel perro, como ese leal amante.

Ignoro la lejanía que hay entre nosotros. Escucho a lo lejos tu susurrar, ese eco dulce que me hipnotizaba, tus gritos de desesperación cada vez que me retiraba de tu alcoba.

¡Oh, Dulce mía!, ya no importa si he muerto o si aún respiro, no importa los miles de versos que te cantaría. Ya no importa este clamar que me mata. Solo veo oscuridad a mi alrededor. Hasta el cielo parece estar furioso, siente mi desesperación, nuestro pesar.

Estoy aquí flotando a la deriva, suplicando al viento que me regrese a ti, más, sin embargo, parece que hasta el mismísimo diablo conspira contra nosotros.

Solo deseo en estos momentos de locura y pesadumbre que se apacigüe esta soledad y miedo, que me saquen de esta ensoñación, de este maldito infierno donde no estás tú. No quiero esta añoranza, solo quiero volver y envolverme entre tus brazos y perderme hasta saciarme en ti.

Solo tenía una labor, esconderte y llevarte lejos, tan lejos como se pudiese, ese era mi maldito deber, pero te he fallado. ¡Oh, dulce niña mía!, no merezco esta vida, no contigo, soy merecedor de este horror, de esta maldición.

Juro por lo más sagrado que no fue mi intención que me alejaran de ti, ya estaba escrito; maldito destino incierto, jugué mal y todo parecía estar en contra de nosotros. Hasta tu bendito padre fue partícipe de mi derrumbe.

Perverso destino. Lo he perdido todo. Se han deshecho de mí como la porquería en la que me he convertido. Me han traído hasta aquí, me han secuestrado, me han timado.

¡Oh, endiablada balsa!, tú también me has engañado, no hay firmeza alguna en tu creación, perdido estaré, eso no se duda.

Nunca fue mi intención engañarte, ¡Oh, mi querida niña! Pude salvarnos, estaba frente a mis narices, pero cegado estaba, ahora lo comprendo, pero tarde es ya.

Tú, Altísimo, perdona mi falta de valor y sálvame, sálvanos. Te suplico que escuches estas plegarias. Que alguien se apiade de este tonto. Lo suplico.

Quiero las noches para nosotros, todas las vidas, éstas, las pasadas y las futuras. Si la vida nos quisiese juntos, amor mío; apiádate de mí, mantén vivo lo nuestro, aférrate a este amor que es tan puro.

Tú, mi ángel, ora, que el Señor a ti si te escucha, ruega que me ayude, que nos reúna muy pronto; ¡Oh, sálvame!, solo tú puedes amor de mis amores. Sálvame, salvémonos, huyamos, quemémonos… amémonos con locura, que mi ceguera no vuelva a separarnos, ni nada ni nadie se atreva esta vez.

Juro por ti que esta vez no te soltaré, ni por todo el oro que alguien pueda ofrecerme. Te he ofendido de la peor manera. Estas monedas que tan falsas son como estas tablas a las que me aferro en vano son mi verdugo.

Perdonadme, ¡Oh, mi vida! Tú que eres mi luz, mi guía, mi razón de vivir. Tu recuerdo va y viene como estas enormes olas. No sé si sobreviva.

¡Oh, Dios!, tú que estás ahí y has sido testigo de mi amor y arrogancia, perdón no busco; si he de morir en esta tormenta, solo concédeme este último aliento para dedicárselo a ella, solo a ella. Y no es que sea egoísta y no tenga nada de que arrepentirme, pero si he de partir, solo importa este fuego por ella. Decirle que la amo, que la amo y la amo.

¡Oh, mi querida niña mía!, mañana llorarás por mi partida, pero no sufras por mí, porque si el cielo es bondadoso como tu corazón, así como santísimo lo es, estoy seguro de que nos reunirá muy pronto, y te prometo que ahí en lo recóndito de un rayo de sol nada ni nadie logrará separarnos.

Esta tormenta está a punto de tragarme entre sus entrañas. ¡Oh, amor de mi vida, ángel mío!, no me despido, tu voz está aquí conmigo, tu recuerdo se aferra a mi carne.

Deja que te dedique mi último suspiro… Adiós, adiós, que la vida eterna nos espere. Adiós luz de mi vida…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *